Por Santiago Gamboa
Me gusta Caracas, una ciudad tan disparatada e imaginativa como Bogotá, con un crecimiento abigarrado y caótico que, sin duda, refleja en algo la muy intensa psicología de sus habitantes, sus problemas y delirios.
Pero en estos días de candidatura electoral en Venezuela, pensar en Caracas es algo triste por el singular caso de mis amigos Hernán Sifontes, Ernesto Rangel y Juan Carlos Carvallo, a los que se suma Miguel Osío, detenidos sin juicio desde el pasado 24 de mayo de 2010, un asunto vergonzoso que desde ya pasará a la historia de las grandes injusticias legales del continente.
Para no dejar lugar a dudas, el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria (GTDA), un órgano de procedimientos especiales de Derechos Humanos de la ONU, con sede en Ginebra, determinó desde el año pasado (y así lo expresó en sus decisiones Nº 28/2011 y 65/2011) que la detención de estas personas era ARBITRARIA, y por lo tanto violatoria de sus derechos humanos, en contradicción con los convenios internacionales de la ONU suscritos por el Estado de Venezuela. Por este motivo, el GTDA pidió no sólo la inmediata libertad de todos ellos, sino que determinó que el Estado debía otorgarles una reparación por el mal causado. Pero hasta el momento nada. Silencio. El Estado no responde y ellos siguen recluidos en la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), donde fui a visitarlos el pasado mes de noviembre.
Aparte de ser los mejores amigos de la cultura venezolana y sobre todo sus grandes mecenas a través de la Fundación por la Cultura Urbana, que financian desde hace más de 10 años, ellos eran directivos de la casa de bolsa Econoinvest, a través de la cual se vendían títulos valor del Estado, única forma legal para el ciudadano venezolano de adquirir dólares. La acusación fue de “comercialización ilícita de divisas” y, sustentado en eso, “asociación para delinquir”, que en medio del proceso se modificó a “agavillamiento”. Pero los interventores no encontraron una sola transacción ilegal, lo que llevó a concluir al organismo de la ONU que “ninguna de las conductas imputadas se corresponde con los supuestos de hecho de los delitos de los que se les acusa, ni con algún otro delito establecido previamente en la legislación venezolana”.
En fin, como se decía en mi infancia: “blanco es, gallina lo pone, frito se come y huevo se llama, ¿qué es?”. Habría que ser ciego para no ver una sanción política, esa triste realidad que nos lleva a lo más oscuro de la historia latinoamericana y de la que intentamos salir con instituciones sólidas, separación de poderes y democracia. Ahora, en plena campaña electoral venezolana, cabe preguntarse: ¿se le garantiza al ciudadano una justicia independiente?, ¿hay real separación de poderes como en los demás Estados de derecho?
Todos defendemos el principio de la no injerencia, pero dado que ahora Colombia y Venezuela son tan amigas, no estaría mal que Santos, en alguna charla informal, le dijera a Chávez: “¿Por qué no les resuelves de una vez el asunto a esas personas, que tantos amigos tienen en Colombia?”. Porque mientras Hernán, Juan Carlos y Ernesto sigan en los calabozos de la DIM, Caracas seguirá siendo una ciudad triste.
Fuente: El Espectador:
http://www.elespectador.com/opinion/columna-370054-caracas-triste