por Camilo Pino
En su texto, Vegas describe su amistad con Herman Sifontes de un modo que redunda sobre cualquier cosa que yo diga sobre la mía con Miguel Osío, otro de los directivos de Econoinvest presos. Por el momento bastará con decir que Miguel y yo crecimos juntos y que hemos mantenido una amistad inquebrantable a través de los años. Ahora bien, en lo que le voy a llevar la contraria a Vegas es en algo que no domino del todo y que le importa a muy poca gente: las referencias literarias; específicamente, la de la parábola que Vegas toma de El proceso, de Kafka, y que trascribe así: "Un hombre ha esperado toda la vida para cruzar una puerta y acceder a la justicia.
Cuando está a punto de morir le pregunta al guardián que le ha impedido la entrada: --Si todos se esfuerzan por llegar a la Ley, ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar? El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora: --Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla".
Y aquí es donde me pongo terco: la cárcel de los directivos de Econoinvest no tiene nada de kafkiana. Ésa cárcel no es otra cosa que una injusticia; una simple y vulgar injusticia. Los directivos de Econoinvest están presos, primero, porque el gobierno necesitaba un chivo expiatorio para justificar las devastadoras consecuencias de su política cambiaria y segundo, porque los oficiales encargados del caso defalcaron a la compañía y ahora son cómplices de un crimen que quedaría en evidencia si la verdad sale. Allí no hay equívoco, ni absurdo ni un sistema avasallador con una lógica implacable; allí no hay un ápice de belleza oscura. Allí lo que hay es un gobierno errático que se alimenta de chivos expiatorios y utiliza todo su poder para perseguirlos.
La última vez que vi a Miguel fue hace un año, durante mi último viaje a Caracas.
Lo fui a visitar en un sótano donde lo tenían preso. Creo que se pasó la mitad del encuentro consolándome, como si el preso hubiera sido yo. Así de fuerte es y así de débil soy.
Recuerdo que insistió mucho en que me informara bien sobre el caso y que divulgara los hechos, como si estuviera siendo procesado por una corte justa.
Finalmente, después de dos años de crueles postergaciones (tan injustificadas que el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas declaró la detención "arbitraria" en una opinión legal), lo están juzgando. Mientras escribo este artículo me llegan sus declaraciones y encuentro a Miguel haciendo precisamente lo que me pidió que hiciera: argumentando razones, diciendo verdades; comportándose como si estuviera siendo procesado por una corte justa.
Ojalá Miguel tenga razón y encuentre en la verdad la clave para su liberación, porque, en sus propias palabras: "La injusticia es glotona se devora todo y, como Saturno devoró a sus hijos para que ninguno ocupara el trono del Olimpo, la injusticia devorará no solo a quien la sufre, sino también a quien la promueve y a quien la ejecuta. Señor Juez: sin justicia no hay libertad. Sin libertad, la vida se reduce a un devenir insípido y sin sentido. En eso, señores fiscales, se ha convertido nuestra vida en estos dos últimos años".
En fin, y para que no digan que soy un busca pleito, le propongo a Vegas que cuando hablemos de Econoinvest nos trancemos por el escritor desconocido que mataba de la risa a sus amigos cuando les leía en voz alta; el joven Kafka que escribió estas líneas que hoy son para Miguel y sus compañeros de cárcel injusta: "Si uno pudiera ser piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido por el viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas, pues no harían falta espuelas, hasta arrojar las riendas, pues no harían falta riendas, y apenas viera ante sí que el paisaje era una pradera llana, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo".
El Nacional, Papel Literario, 2, 15/09/2012